La Salvación es un regalo de Dios. Es gratuito. No tenemos que hacer nada para ganarlo, una vez dado ese regalo, es seguro y es eterno.
Nuestras obras no nos pueden acercar a ese don, aunque fueran buenas obras, no son lo suficiente buenas como para pagar la demanda del pecado. Sin embargo, se ha edificado un entero sistema religioso alrededor de la idea de que el hombre es capaz de salvarse y mantenerse salvo por sus propios méritos. En ocasiones confundiendo aquellas buenas disciplinas cristianas con créditos que nos mantuviesen supuestamente más santos o en mejor posición espiritual que otros delante de Dios.
Existe cierta jactancia en esto, y esta debe ser derribada. Debemos deshacernos de todo orgullo y dejar que sea solamente Dios quien sea glorificado por todo y en todos.